Había
una vez una niña, Caperucita,
¡no no! Había una vez un niño, Caperucito,
¡no no! tampoco. Había una vez una niña azula
y un niño roso,
¡no no no! Había una vez una elefanta, ¿de naranja o de limón? De
naranjo o de limona
o mono. ¡Nooo! Había una vez una serpienta
que comía plátanas.
¡Madre mía! ¡Vamos a ver! Había una vez un vaco
que no daba leche, ¡claro! Tenía pechas
o tetos,
¡A saber! Y una tora
sin cuernas. ¡Mal, mal, mal!
Había una vez personas que vivían en la «munda» y personos que vivían en el «tierro». Así no. No lo veo. Había no sé ni cuántas veces ya, una jirafa, ¡jirafa Rafa! Esto no es lo que busco. Había una vez un mujero y una hombra que se enamoraron y tuvieron pensamientos. Miento. No pensaron. Me refiero más a esas flores o floros de invierno o invierna y a veces de tres colores o coloras. En fin, quiero decir que se compraron un jardín, jardón o jardina y lejos de plantar pensamientos, plantaron setos y setas. Por aquí voy bien, ¡mira tú!
Un buen día o malo, un pájaro se posó en la seta y una pájara en el seto. ¡Qué cosas! El mujero y la hombra decidieron sin pensar ¡claro! poner una valla o vallo para delimitar el vuelo del pájaro y la pájara. ¡Vamos, al lío! O bien (la hombra) pone la valla, o por el contrario, el vallo lo pone (el mujero). Ante el dilema, decidieron llamar a una asesora profesionala, ¡hala! Ahora ya eran cinco o cinca: el mujero, la hombra, el pájaro, la pájara y la profesionala.
El
mujero quería la valla de madera y pintarla de negra. ¡Ay
Dios! De color oscuro quise decir. La hombra quería el vallo
del color ¡lo que tú digas!
¡Hete aquí a la profesionala! Colocó una valla y un vallo. Uno alrededor del mujero y otra alrededor de la hombra. Pero apareció la pájara (la que se había posado en el seto), y se colocó en el vallo de la hombra. Y el pájaro, como no podía ser de otro modo o moda, se colocó en la valla del mujero. Ahora, la asesora profesionala estaba bloqueada y llamó a otra profesionala, de más rango o ranga. Y vino la abeja reina. Ahí es na’. Fue entonces cuando empezaron a aparecer bichas de toda índole. Saltamontas, gusanas, lagartas, escarabajas. El griterío era descomunal. De tres pares,… vamos. Del todo surrealista. Cuo cuo en vez de cua cua, pía pía en vez de pío pío. En fin…
La
abeja reina, a plena tráquea, preguntó, —¿quién
ha empezado?
La
hombra dijo, —la pájara.
El
mujero contestó, —la
profesionala.
El
pájaro añadió, — la hombra.
La
profesionala increpó,— el
mujero.
La
pájara, añadió indignada, —el
pájaro.
Basta.
Se escuchó. ¿Dónde están los pensamientos?
– ¿Quién ha dicho eso? —Preguntó la censura que acababa de llegar acompañada de las troncas de las árbolas para hacer un control de calidad a los troncos.
–
Alguien contestó, —he sido yo—.
–
¿Y tú, quién eres si se puede saber? —Volvió
a preguntar la censura.
– Una flor, simplemente, la flor del pensamiento.
Esto no es cuento, pero cualquier parecido con la realidad, es que empieza a parecerse mucho a la realidad. En cuanto a mí, son solo pensamientos, míos, que no pensamientas.