Mamá olía a hogar

Salí un momento y vi un hombre sentado dando de comer a las palomas en una plaza situada a escasos metros del tanatorio. Un niño corría junto a una mujer para cruzar la calle. La gran copa de las jacarandas parecían estar alineadas adrede con las ventanas del hospital, trepando quizás para ofrecer una última y hermosa vista de una vida coloreada de violeta y de aroma, -esos árboles eran los favoritos de mamá-. Los médicos y enfermeros apurando su tiempo de descanso, corriendo hacia el olor de los churros que desprendía la cafetería de enfrente y mientras, la luz verde e intensa del semáforo parpadeando, otra vez. A la mujer de la silla de ruedas no le ha dado tiempo a cruzar la calle, antes tiene que salvar el bordillo de la acera, pero el semáforo nuevamente ha cambiado a rojo.

Cuántas cosas pasan en lo que cambia un semáforo. Del infinitivo al verde, del pretérito al rojo. Bastan entre 28 y 40 segundos; de vivir a morir, de oler a olían. Porque mamá olía a lluvia. Ella impregnaba todo de otoño y de verano. Olía a jazmín, a mandarina y azúcar.  A la Primavera de Vivaldi, a incienso y a clavel, a musgo y a mirra. Era un vergel de elegancia y sin duda estaba especiada con el gusto de lo que sabe rico, como una planta hermosa a la que se desea cuidar, escuchar, admirar, abrazar y oler.

Mamá iluminaba el alfeizar de una ventana, el centro de una mesa y sobre todo, el más oscuro de los rincones. Mamá, mi madre, olía a hogar.

Mamá escribió, ”¿Qué haríamos si no nos muriésemos hija, acaso vivir todo el tiempo?

Pues sí mami, vivir todo el tiempo.

* A mi madre

Traba pasos

El camino no está encaminado. ¿Qué caminante lo encaminará?

Si el caminante lo desencamina seguirá sin encaminar. De lo encaminado nada se puede desencaminar, solo lo que falte por caminar. Aunque desencaminados no vamos cuando por el buen camino caminamos.

Ese es el camino de encaminar lo que todavía debemos caminar. Caminando lo que no está desencaminado para poderlo encaminar. Así, los caminantes sin desencaminar el camino, encaminarán el caminar, siendo el único modo, para que el camino de lo desencaminado, se quede sin caminantes sin camino y sin caminar.

Tú y las flores

Tú y yo, 
cuando éramos 
todos los verbos.

¿Te acuerdas? 
Nos sentábamos 
por las tardes 
un rato, 
para ver pasar 
la existencia.

Y te reías 
y nos reíamos 
de todo, 
y de nada.

Y antes nos robaban
las flores
y ahora
nos las regalan.

Y tal vez por eso,
y tal vez solo
por eso 
sean otros
ahora,
los que nos 
piensen, 
¡o no!

Podría ser que 
aquí 
las flores duren más
tiempo,
y por eso también
te acordaste
de traerlas.

Y sigues riéndote
de todo,
y de nada.

Y hasta
donde yo 
sé,
aquí o allí,
seguimos siendo.
Tú y las flores.
Conmigo.

 

Mi mermelada favorita

La muerte es una gran reponedora. Somos más de siete mil millones de personas y su base de datos no falla, es infalible. Copia y pega en su lista infinita. Elimina líneas y añade columnas. Subraya a los vivos y pone en negrita a los muertos. La muerte nos va persiguiendo a la vez que va por delante de nosotros. Nos olisquea y nos da bocados y pellizcos y nos rodea como una manada de lobos a su presa.

La muerte no se olvida de nuestro bote de mermelada por oculto y escondido que esté. Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio bote de mermelada. No existe nadie, nadie en el mundo que no esté en posesión de un bote. Es de naturaleza que los botes más viejos estén los primeros y los más jóvenes detrás, aunque también existen botes muy pequeños que están delante.

Era abril y el bote de mermelada de mamá estaba en las primeras filas. Pero mamá era tan poderosa, que esa primera noche se quedó mirando fijamente a la muerte sin mediar palabra y, la muerte contra todo pronóstico retrocedió el bote unos centímetros. No me sorprende que la muerte reculara; recuerdo esa mirada azul intensa de mamá, cuando de niña me levantaba de la mesa sin haber terminado de comer. O en mi época de estudiante, cuando le llevaba el boletín de las notas y ella se fijaba en el apartado, «materias a recuperar». Pero la muerte volvió más tarde. Volvió como siempre vuelve, porque la muerte siempre regresa. Treinta y nueve días exactos después. Ni uno menos, pero tampoco ni uno más.

Treinta y nueve «te quieros». Treinta y nueve noches. Treinta y nueve besos. Treinta y nueve sonrisas. Treinta y nueve momentos. Treinta y nueve abrazos. Treinta y nueve lágrimas. Treinta y nueve desayunos. Treinta y nueve paseos. Treinta y nueve comidas. Treinta y nueve cenas. Treinta y nueve conversaciones. Treinta y nueve poemas. Treinta y nueve pensamientos. Treinta y nueve vasos de agua. Treinta y nueve ilusiones. Treinta y nueve carcajadas. Treinta y nueve reflexiones. Treinta y nueve sollozos. Treinta y nueve recuerdos. Treinta y nueve sueños. Treinta y nueve minutos y treinta y nueve segundos y un instante del mediodía, en el que la muerte volvió a por el bote de mermelada de mamá. La muerte no dudó, la fecha en la tapa así lo indicaba; catorce de mayo de 2016. Pero esta vez mamá no se quedó mirando a la muerte. En esta ocasión, mamá me miró a mí. Y como siempre hacia con todos los asuntos relevantes y, con la rotunda certeza de que volveríamos a encontrarnos, me abrazó desde la más absoluta inmensidad azul de su mirada y dulcemente me dijo, «hasta pronto».

Soñar o morir

Uno sueña tanto, tantísimo, que ya no sabe si está desmiendo o durpierto. De estar durpierto estaría soñando despierto y de estar desmiendo sencillamente sería como vivir durmiendo.

Uno sueña tanto, tantísimo, que ya no sabe si es la cama la que nos cubre y arropa y se hunde profundamente con nuestro cuerpo, envolviéndonos en una vida de ensueños. Uno ya no sabe si es la almohada la que se restriega sobre nuestros ojos y bosteza al contacto de nuestra piel para que así el sueño que duerme no se deshaga y siga soñando que es real y está despierto.

Y uno quiere soñar, seguir soñando y realizarse aunque sea sin dormir, pero termina sin sueño aunque durmiendo y muriendo sin soñar. Y cree que sueña que no duerme para seguir despierto, pero el sueño aburrido de no vivir, se duerme.

Y un leve ruido basta, basta para despertar al sueño que se levanta junto con las sábanas, abre la ventana, se airea y se acaba yendo. Y nos descubrimos sentados desmiendos o durpiertos, quién sabe a estas alturas del sueño, pero nos quedamos angustiados viendo marchar y sin realizar los sueños. Sin saber acaso si volverán si seguimos durmiendo. Soñando sin dormir, viviendo sin soñar o sin soñar y sin vivir.

Y solo, solo hay que cerrar la ventana con los ojos abiertos, sabiendo que el sueño que ya ha dormido no se escapa, que está despierto. Y si uno se muere igual; soñar es vivir, lo otro es no soñar y encima dejarnos morir.

Una forma de vida

El que a buen libro se arrima, buena cultura le cobija.

En el otoño

La regadera insiste. Insiste con su genético desequilibrio en dispersar sin razón ni sentido el agua que todavía no está marchita. En un jardín de locos.

El perfecto simple

Aquella mañana salió enfurecido de su guarida y comenzó a deslizarse por las calles despeinando a las personas. Se coló por las fisuras de las puertas. Cerró libros y abrió ventanas. Se entremezcló entre las gentes. Escuchó conversaciones, volcó macetas y tiró farolas. Destruyó jardines. Dio vueltas y vueltas alrededor de los árboles y los edificios. Subió hasta las azoteas zarandeando el tendido eléctrico. Bajó hasta el suelo y levantó faldas y papeles. Atravesó abrigos cuellos y mangas. Lanzó sombreros y boinas. Movió las nubes. Arrancó casas. Hizo de sí remolinos y montañas donde había llanuras. Levantó olas. Tiró puentes y construyó otros. Desordenó la tierra hasta que se cansó de sí mismo. Y se quedó dormido y soñó que sería o que podría ser o que fue, pero despertó perfecto y simple.

Calle Libertad

Estaba limpia de ataduras. Ni el farol ni el cableado ni la prohibición de giro. Nada la hacía esclava o prisionera de su ciudad.

Traba pasos

El camino no está encaminado. ¿Qué caminante lo encaminará?

Si el caminante lo desencamina seguirá sin encaminar. De lo encaminado nada se puede desencaminar, solo lo que falte por caminar. Aunque desencaminados no vamos cuando por el buen camino caminamos.

Ese es el camino de encaminar lo que todavía debemos caminar. Caminando lo que no está desencaminado para poderlo encaminar. Así, los caminantes sin desencaminar el camino, encaminarán el caminar, siendo el único modo, para que el camino de lo desencaminado, se quede sin caminantes sin camino y sin caminar.

La regadera: o riega o se vuelve loca

Por eso los jardines son como las bibliotecas; las palabras brotan y los libros florecen.

Which it’s not my mother

  • No es bombera pero apaga fuegos.
  • No es electricista pero ilumina lugares oscuros.
  • No es médico pero cura y alivia.
  • No es psicóloga pero escucha y trata el alma.
  • Mi madre no es mi padre ¡claro! pero podría serlo.
  • No es astrofísica, pero observa el universo y reconoce a distancia todas las estrellas de su familia.
  • No es Top Chef pero cocina de lujo los 365 días.
  • No es una red social es toda la Social Media y más.
  • No es economista pero está doctorada en satisfacer nuestras necesidades.
  • No es una top model es una top mother.
  • No habla idiomas; habla con los ojos, el idioma universal de todas las madres.
  • No ha estudiado coaching, pero sabe quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.
  • No ha estudiado interiorismo pero diseña interiores.
  • No es docente pero es conocedora de valores que no se estudian.
  • No es astronauta, sin embargo me ha contado mil historias de la luna.
  • No es la jefa de la casa, es la líder de la familia.
  • No es un pyme, es una multinacional.
  • No es tri-master pero vale por tres.
  • Y no es Supermán es Supermom.